Cuando el oceanógrafo Carlos Alberto Andrade me dijo hace unos cuatro meses que aún había caballitos de mar en la bahía, no bien habíamos terminado la conversación empezamos a buscarlos. El, Richard Guzmán y Diana Quintana del CIOH me ayudaron a bucear la bahía aprovechando la sequía que la volvió transparente y más limpia a finales del año pasado y principios de este. Buceamos gracias a la lancha prestada por José Vicente Mogollón los bajos de Castillo, fotografiamos sus jardines, sus estrellas, rayas, pepinos, cirujanos. Buceamos el Mosquera, barco hundido tapizado con falsos corales, esponjas; fuimos a los pilotes de la Base Naval donde vimos cangrejos araña, buceamos el bajo de la Virgen y sus praderas de talasia, fuimos a los majestuosos corales del Varadero, y aunque en mi mente, la joya de la corona era los caballitos, no los pudimos encontrar.
Estaba obsesionado en encontrarlos porque para mí, encontrar algo tan frágil, tan delicado, tan ajeno y extraño en una bahía con serios problemas de contaminación, era todo un símbolo de esperanza. Un caballito era como decirle al mundo, miren, sí se puede, esto se recupera, solo hay que hacer unas cuantas cosas bien. Y no es que ignorara su existencia. Mi mujer siempre dijo que cuando ella era pequeña los había visto, pero que todavía estuvieran por ahí?
Pues bien, como muchas de las cosas en la vida suceden de imprevisto, así pasó esta. En un whatsapp 8:30 am mi amigo Frank me envía una foto. Enseguida suena el teléfono, y mientras yo sigo anonadado por lo que veía en la foto, me dice: “José, vente para el muelle, aquí está tu caballito de mar. Yo me tengo que ir, lo dejo pago.” Nosotros que lo habíamos buceado días y con tanques no pudimos encontrarlo. En cambio él nos traía el caballito desde la comodidad del muelle de su casa. Ironías de la vida, no? El cuento es que un pescador llamado Vìctor, buceando caracol en uno de los muelles de Castillo lo encontró. Fue golpe de suerte. Aunque no iba tras un caballito ni tenía equipos, por esas casualidades, nuestro pequeño amigo delató su presencia en medio de un agua sorprendentemente clara. La mano pudo más que las humildes aletas del caballito.
Mientras yo corría para llegar al sitio, Victor me dijo que otro señor le había ofrecido más plata por el animalito, pero que él ya había entregado su palabra a mi amigo y por eso ahí estaba, esperándonos. A las 9 am, ahí estaba una de las criaturas más delicadas y maravillosas de la naturaleza en un balde frente a mi. Salido de la bahía de Cartagena, la misma que carga todo lo bueno y lo malo, la misma que está rodeada de un millón de personas, nuestro mayor puerto en el Caribe, la sede de la mayor industria petroquímica del país, la misma que no solo va cambiando sus habitats en el nombre del progreso -pero sin alcantarillado en Mamonal, la que según la Universidad de Cartagena y el reciente informe de la contraloría tiene metales pesados en el agua, aquella a la cual le cae sin contemplación el río Magdalena a través del Canal del Dique. Todo lo anterior es cierto y no hay que pelear con los datos, sino con las causas de la degradación para recuperarla . Pero ahí estaba el caballito de mar, para dejar testimonio mudo de esperanza, de que pese a todo, la naturaleza está ahí, esperando que le demos la oportunidad o que por lo menos no la agredamos tanto. A las 9.20 am ya lo habíamos liberado. Para mí el haber encontrado, o mejor, que nos hubiera encontrado este caballito, me renueva la convicción de que la bahía sí se puede recuperar. Todos los Víctor seguirán pescando caracoles en la bahía, y nosotros comiéndolos. Ojalá que esos caracoles vengan más y mejor de un medio cada vez más saludable.
Si la bahía que tenemos hoy alberga tanta belleza como estos caballitos, no imagino lo que será la misma cuando controlemos los problemas anotados. El reciente anuncio del Director del Fondo Adaptación anunciando que las obras de control del canal iniciarán el próximo año y terminarán en el 2019 es una buena noticia. Todo el mundo debe estar pendiente de las mismas. Lo demás lo resolvemos aquí. Ah, decidimos ponerle Pánfilo a nuestro caballito, y volverlo símbolo de la recuperación de la bahía.
El artículo fue publicado en: Quivo, Pulso, El Heraldo.
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